Noche roja

(Cuento creado para la canción del Sr. Gasolina)

Por Bruno Bellmer.


Camino lentamente mientras la luz de la veladora ronronea como una dulce gatita. De su frente escurren unas cuantas chispas nerviosas. Hoy no estoy cansado. Todo lo contrario: la ansiedad de este encuentro se extendió por la ruta de mis venas. Sus ojos se mueven de un lado a otro. Mis piernas tiemblan. Mis dientes crujen. Mi corazón late.

Quiero que esta noche sea roja. Que la flama de esa veladora no se extinga. Que el sudor que hay en mis manos se entrometa levemente en su cuello.

—Es un cuello gordo, lo admito. Eres un cabrón con un cuello gordo.

Sus manos son prisioneras de los deseos que erizan mi cuero, esos que recorren mi nuca, se arrastran hasta los oídos para susurrar con una voz muy suave:

—Sólo hazlo.

Está amarrado a esa silla mientras mis pasos siguen cayendo en la duela de madera. Me encanta esta duela. Me recuerda a un departamento en el que viví de niño, estaba rota la duela y mis canicas jugaban a esconderse de mí. Es una tendencia que todo se esconda de mí… pero yo las encontraba, nada nunca se esconde de mí. Ni siquiera el cabrón con cuello gordo.

Probablemente todos lo estarán buscando. Es un cabrón con cuello gordo famoso, aparece en las noticias constantemente.
Mis manos lo encuentran, sienten su cuello. Lo aprisionan. Soy una intriga andante. Y esa voz susurra:

—¿Qué tan duro lo puedes ahorcar? ¿Qué tanto pueden estar tus pulgares dentro de las cuencas de sus ojos? Averígualo.

Y lo hago. Lo tumbo incluso aprisionado en la silla, es un cabrón que hace mucho escándalo en la duela. Mis manos empiezan a actuar, juegan, mi pulso cambia, mis ojos se divierten, mis dedos cantan una canción como de animales.

Su gordo cuello se marca. Pongo mis dedos en sus ojos, no dejo que los párpados se junten, no sería lo mismo. Siento el líquido de sus ojos. Me gusta. Se siente como aplastar el mundo. Los reviento. Mis dedos se llenan de sangre mientras sus gritos se aceleran, pero no oigo sus gritos, oigo música, la música de mis dedos. Oigo la voz de una gatita de fuego que baila sobre la cera de la veladora.

Lo vuelvo a ahorcar, es irreparable que mi piel se pinte toda de rojo también, siento como si hubiera explosiones nucleares en mi estómago, como si mis piernas no fuesen piernas y mis brazos tampoco fueran brazos, como si yo no fuera yo, como si fuera un ave, siento como toda mi piel se emociona y cada poro absorbe un poco de su vida. Me crece un tumor de emoción en mi pecho, late todo mi cuerpo, escucho esos latidos, me siento el hombre más satisfecho del mundo. Mis venas se marcan, mi alma sonríe, y cuando sus gritos cesan una carcajada grande se abre camino entre lo negro de la Tierra. Y yo me siento fríamente acompañado por su cuerpo tieso, por sus cuencas vacías y ensangrentadas. Y es la mirada más honesta que me han dado. Está noche todo me ha ido bien.